free web builder
Mobirise

Hoy: Marcelo Baldonedo

Marcelo Baldonedo, el músico que con su voz animaba un estadio
Material gentileza de Fabián Méndez

Mobirise
Mobirise
Mobirise
Mobirise
Mobirise
  • ARTURO ERA de Parque de los Patricios. Y, claro, hincha de Huracán. Así que no fue ninguna casualidad que fuera justamente en el club, donde una vez conoció a la que sería su mujer, Nélida. Tuvieron dos hijos, Marcelo y Patricia. Al principio se fueron a vivir a San Antonio de Padua; un tiempo más tarde hubo algún paso por Caballito, frente al Cid Campeador –allí, justamente, nació Marcelo y aquel fue su barrio, solo por el primer año de su vida– pero terminaron recalando en Wilde. Vivieron un tiempo cerca del Parque Domínico, en Villa Domínico, en la diagonal que por entonces era de tierra y obligado paso de carros.
  • Cuando Marcelo andaba por los seis años, los padres se mudaron una vez más, y se fueron para el lado de avenida Mitre. Eran, en aquellos años de la década del 60, tierras abiertas y generosas en potreros. A veces, es cierto, instalaban alguna calesita y había que buscar otro, pero era lo de menos, más allá de que Manolo, el calesitero de turno, igual se llevaba unos cuantos insultos por impedir los picados de barrio.
  • Esta es la historia de ese chiquilín que, de la mano de su padre primero y de su tío después, comenzó a tomarles el gustito al fútbol, al tablón, a la colección de figuritas y al archivo memorioso de las formaciones. Esta es la historia de quien luego, y cuando ya fue un poco más grande, se zambulló de lleno en las aguas líricas de la música. Y que, años después, llevado quién sabe por qué rumbo del Destino, se convirtió en la voz del estadio de Arsenal de Sarandí.
  • Este hombre, que mezcla en su prosapia arrabalera el tango, el fútbol, el micrófono y el placer siempre renovado de la charla amistosa y sin rodeos, se llama Marcelo y tiene un apellido ilustre para el fútbol: Baldonedo.
  • De todas estas cosas y algunas más se compone su historia, forjada en baldíos, en tribunas de tablón y en el eterno y complicado teclado de un piano, porque como en las buenas historias, jamás faltará un tango acompañando cada estrofa...
  • EMILIO Baldonedo es una leyenda, especialmente para los hinchas de Huracán. Jugó entre el 35 y el 44, hizo 165 goles en 257 partidos y de esta manera se ubicó entre los grandes goleadores del club. Cuando le tocó ponerse la casaca nacional, jugó 6 partidos e hizo 7 goles. Terminó su carrera en México, en 1947. Fue técnico de Banfield, Boca y Chacarita, pero también dirigió las Inferiores del Globo. En todos los casos, dejó grandes recuerdos y apasionados elogios por ser un tipo de bien, querible y querido. Cuando partió para siempre, el 31 de mayo de 1999, tenía 82 años.
  • Marcelo lleva al Baldonedo en la sangre y no por casualidad, ya que el padre de Emilio era hermano del abuelo de Marcelo; habían venido de España y tuvieron una fábrica de escobas, entre Boedo y Parque de los Patricios. Retacón y gordito, el crack de Huracán no siempre tuvo buena liga con la familia –como sucede en todas las familias– así que Marcelo no pudo conocerlo como hubiera querido, aunque sí llegó a tratarlo personalmente, sobre todo cuando el viejo crack se enteró de que el hijo mayor de Marcelo, también se llamaba Emilio.
  • Y así fue como una vez, Emilio –que tiene ya 22 y que por entonces trabajaba en una empresa de alarmas para autos– tuvo trato telefónico con Carlitos Babington. “Andá y decile tu apellido”, le dijo el padre. “Vas a ver que seguro te reconoce”. Y efectivamente, cuando Carlitos supo que ese tal Emilio era, además, Baldonedo, se emocionó muchísimo, porque tanto a él como a Brindisi, fue el viejo crack quien los condujo a Primera. Es como un talismán que abre puertas el ilustre apellido, aunque cada vez queden menos testigos de sus hazañas con la número 5. Sin embargo, Marcelo siente que la leyenda, muchas veces, es más grande que la realidad, que por eso es leyenda, que por eso existe.
  • @fotoD@MARCELO iba junto a su padre a la cancha. Iban a ver a Racing, a Independiente, Arsenal y Dock Sud. El tema era ir a ver fútbol y, para su padre, aprovechar y tomar sol en la tribuna. Marcelo sintió, desde chico, que el placer consistía en eso, en ver fútbol, sin analizarlo demasiado, tomando lo que le gusta, rehuyendo las cosas que no le gustan. Disfrute puro. Todavía recuerda cuando un día su viejo le dijo: “Este Pentrelli juega de una manera rara”. Le gustaban los análisis tácticos y esas cuestiones.
  • Fue entonces cuando apareció un tío (siempre hay un tío) que empezó a llevarlo a Independiente. Federico, que así se llamaba el tío, le hizo conocer a ese Independiente de los años 64, 65, el Campeón de América, el equipo de Brandao campeón en el 67. Así se hizo hincha de Independiente. Y aunque también iban a ver a Racing, de pronto surgió en él, como elección propia y casi sin que haya una explicación (¿hacen falta las explicaciones en este tipo de sentimientos y de elecciones de vida?) y se hizo hincha de Arsenal. Un Arsenal que, por entonces, no apuntaba justamente para ser un protagonista grande, pero esas no son cosas importantes a la hora de elegir los colores. De hecho, aún hoy, que es socio vitalicio de Arsenal, Marcelo sabe que pueden convivir ambos amores, pues son muchos quienes, siendo hinchas de Independiente, guardan una simpatía muy especial por Arsenal. Tiempos hubo en que parecía utópico, casi imposible, que ambos equipos llegaran a jugar uno contra otro en Primera División y tal vez fue por eso que muchos se permitieron compartir esos amores.
  • Como las coincidencias existen siempre, Arsenal nació el mismo día que nació el padre de Marcelo, un 11 de enero. Y Marcelo nació el mismo año que Arsenal, 1957, pero un 31 de enero. Sus vidas, pues, han sido casi paralelas. Y Marcelo todavía recuerda, emocionado y entusiasmado, cuando el club cumplió 50 años, porque él también los cumplía, porque ese doble festejo –o uno solo, según se mire- forma parte del corazón, que tiene razones que solo él entiende.
  • ALLA POR 1996, un amigo suyo, Jorge, era la voz del estadio de Arsenal. Y como se iba de vacaciones, le preguntó a nuestro protagonista si podía reemplazarlo. Por entonces, Arsenal estaba en el Nacional B. Fanático de los datos, lector insaciable de El Gráfico y Goles, minucioso con los datos, Marcelo aceptó corriendo. O cantando, si el tema es la garganta. Por esa época, predominaban los papelitos y la memoria. Internet casi no existía. Marcelo aceptó el trabajo y lo combinó con su hobbie de las anotaciones, así que se convirtió también en un cronista, recopilando los datos de los locales y, especialmente, de los visitantes, para darle a su trabajo el mayor profesionalismo posible. Para colmo, tuvo que lidiar con los técnicos que tratan de dar su formación a última hora o mejor dicho, a último minuto. Hoy, aunque parte de esa magia se ha perdido un poco, no se han olvidado las mañas. Y ya con las formaciones completas, Marcelo no resiste aún hoy pasar por el vestuario local, para que la conozca Gustavo Alfaro, con quien a veces se mete en largas charlas futboleras.
  • Hoy la cosa es más fácil, sus planillas las ejecuta en una computadora y le basta llamar los viernes a la AFA para conocer a las autoridades; pero hubo una época en que para agregarle algo más, hasta empezó a anunciar la cuenta de los corners. “Un día vino Julio Grondona y me dijo: Dalí –porque me llamaban Dalí, tenía barba, bigotes y más pelo–, hacé lo que quieras, pero no des tanta información, si la gente no escucha un carajo”. Y se ríe, Marcelo, que recuerda, íntegras, formaciones y formaciones de equipos de toda laya.
  • Es cierto, más de una vez ha tenido que decir el clásico: “Por favor: al dueño del automotor matrícula...” reclamando por un auto mal estacionado, pero también otras veces le costó mantener la firmeza de la voz, como cuando tuvo que pedir un minuto de silencio por la muerte del arquerito Lucas Molina (“Podría haber sido mi hijo, por la edad”) o de Roberto Mascheroni (“Era el planillero, estábamos muy juntos y murió en mayo de este año, hay cosas que...”).
  • Nunca pensó que Arsenal podía ser lo que es hoy, incluyendo la conquista de la Copa Sudamericana del 2007, o la Copa del Suruga Bank del 2008. Nunca pensó que su club iba a llevar ocho temporadas en Primera División. El amor no hace este tipo de proyectos, simplemente se siente, se vive y se disfruta.
  • ESTE HOMBRE disfruta, además, de la música. Alguna vez escuchó Michelle, por Los Beatles, y su corazón sintió que ahí había algo diferente. Y luego, a través de Los Gatos y tantos otros, aquellos sueños iniciales no logrados de ser futbolista, comenzaron a orientarse por el lado de la música. Su abuela paterna, la mujer de Baldonedo, tenía un hermano que fue bandoneonista de Canaro: Carlitos Borzani, un bohemio de aquellos. Y así como por el lado del padre amó –y ama- al fútbol, quizás por esa pendiente de aquel Carlitos nació su amor por la música y por el tango.
  • @fotoD@Por los consejos familiares, se metió en la carrera bancaria e intentó con abogacía, hasta que un día, como diría el tango, “dije planto y ese día me planté”. Empezó con sus estudios en el Conservatorio Escuela del Instituto de Música de la Municipalidad de Avellaneda, y los terminó a los 24 años. Pasó también por el ciclo terciario, en el Conservatorio Manuel de Falla. Hoy, además, es docente. Ama la música y se le nota. Y como sigue amando al fútbol, no fue casual que un día se encontrara con Daniel Roncoli, periodista que prestigió las páginas de El Gráfico y que, como los jugadores de raza reaparece en cualquier momento. Juntos comenzaron a darse el gusto en un espectáculo que se llama Mil Palabras a la Redonda y que, en el verano marplatense, está en la sala Melany de la calle San Luis. Roncoli es un humorista fino y también un futbolero de alma, capaz de recitar una larga poesía sólo con apellidos de jugadores. Y entonces, para acompañarlo, está Baldonedo, con su piano, con su impronta. Por supuesto, hay ensayos, hay paredes para que el músico ejecute y también imprevistos para que se luzcan los dos.
  • Para Baldonedo no es la primera experiencia pública en sus menesteres de pianista fino, de la misma manera que, a través de su exposición como la voz del estadio, sabe también enfrentar a multitudes (bueno, es una manera de decir). Sabe de los riesgos, de los errores que se pueden cometer y también de la alegría de poder hacer lo que a uno le gusta, sin más rodeos ni explicaciones. Y recuerda con cariño que algunos de los futbolistas mencionados se aparecieron en el show, como Marcelo Carracedo, el de Rosario Central, considerado una “figurita difícil” por Roncoli...
  • HOY ADMITE que, cuando se convierte en la voz del estadio, no tiene necesariamente grandes admiraciones, tal vez porque los años no pasan de casualidad. Hubiera temblado al mencionar a algunos ídolos como Pepé Santoro o el Pato Pastoriza, de la misma manera en que menciona a Raúl Emilio Bernao como un “genio, porque se paraba en la mitad de la cancha esperando que venga la pelota, cosa que hoy no ocurriría”. Vuelve con el tema de que analizar demasiado no es su fuerte: así como se puede gozar a Mozart sin mayores explicaciones, lo mismo pasa con el fútbol, si está bien jugado o no. El día que Arsenal jugó con el América en la cancha de Racing, Maradona se equivocó de palco y se metió en el suyo; y haber estado junto al Diego es algo que no olvidará.
  • Un día, evoca, lo conoció al Flaco Menotti, quien al verlo con su barbita pequeña le tiró un “Vos te parecés a Piazzolla”, que siguió luego con una larguísima charla en donde el tango por una vez le ganó en parte al fútbol. Tanto es así que Baldonedo, mirándolo fijo al Flaco, le dijo: “Escuchá lo que voy a poner en la voz del estadio”. Y cuando le tocó salir a Menotti, Baldonedo le encajó “La Yumba”, el antimufa por excelencia. Eso fue en la cancha de Lanús y desde lejos, la mirada cómplice y el comentario de Menotti y un “Escuchá Rogelio” a Poncini y luego la nueva mirada del Flaco buscándolo allá arriba, son recuerdos que no se empardarán así nomás... Menotti le dijo que a través del fútbol, pudo charlar con un Piazzolla o un Cortázar, que son cosas que no se pueden transferir y que solamente el fútbol le permitió, de la misma manera en que hoy, Marcelo sabe que gracias al fútbol y a su garganta pudo haber charlado mano a mano con el Flaco.
  • TIENE DOS HIJOS: Emilio, de 22 años, que toca el bajo; y Rocío, camino a los 21, que hace teatro. Lo acompaña Andrea y reconoce que, por algo será, los dos pibes tienen inclinaciones artísticas, y aun cuando él ama al fútbol (y su hijo también), siente que lo ideal ha sido que cada cual haga lo que quiera y como quiera. Sostiene, entre cigarrillo y cigarrillo –porque es devorador empedernido– que nada puede hacerse en la vida sin el silencioso motor de la pasión. La vida lo lleva a uno, como al propio Arsenal, nacido con humildad y que fue creciendo de a poco, más allá de que eran, justamente, pocos los que podían soñar con grandes halagos.
  • Hoy, siente que aquella “audacia” de colgar la carrera bancaria y hacerse a un costado de la abogacía, tiene sus frutos, pues se da el gusto de hacer lo que –justamente– le gusta. Le quedó, eso sí, demostrarles a sus padres que había elegido bien, que también con la música se puede ser feliz y crecer en la vida. Y lo ha logrado. Elige en materia artística, ya que su trabajo de docente se lo permite: si la oferta que recibe no es afín a sus gustos musicales, prefiere elegir lo artístico a lo meramente comercial. Alguna vez, alguien le dijo: “Tenés que venderte más”. Y su respuesta fue toda una definición: “Yo no soy un kilo de carne”. Cuando la oportunidad se le acercó a través de Roncoli, aceptó sin dudarlo. Así como en el espectáculo se da el gusto de hablar –y tocar– de fútbol y darle todo su temperamento y su talento al tango, como admirador genuino de Troesmas como Horacio Salgan, Keith Jarreth o Pugliese, siente también una estima especial por el bandoneón. Y se lo lleva en las vacaciones para practicarlo y mejorar.
  • Por las noches, con los auriculares colocados, sin el temor de despertar a nadie, se enfrasca en lo suyo, a la luz que no es mortecina ni de un farol, para repasar y arreglar sus tangos. De la misma forma en que, cuando comience el fútbol, una vez más se plantará frente a la computadora, para armar sus planillas, para ir preparando el esquema de lo que haya que decir o anunciar en cada partido.
  • UNA VEZ, en cancha de Lanús, tuvo que darle las indicaciones al médico para que llegara a la ambulancia que debía atender a una persona, porque el vehículo estaba en la calle Arias y había que dar una vuelta. Otra, viendo que unos energúmenos estaban rompiendo unos carteles, en cancha de Chicago, les llamó la atención casi a los gritos. No estaba en sus funciones, pero la indignación pudo más. Y los “muchachos” entendieron... Confiesa que se ha “comido” algún cambio, de la misma manera en que una tarde, al no poder cerrar el micrófono, siguió hablando con los amigos sin darse cuenta de que lo escuchaban todos (es una manera de decir, claro, con todo el griterío de la cancha). Entonces, por suerte para él, vino el periodista Eduardo Castiglione, para advertirle: “Che, flaco, guarda con lo que decís, mirá que está escuchando todo el mundo”. Admite que en un partido hizo entrar dos veces al mismo jugador, y que no se dio cuenta hasta un rato más tarde, cuando ya era demasiado tarde...
  • Y acepta que así es la vida, que aunque pueda equivocarse con un jugador en un partido o en una nota durante un tango, la vida es ante todo error y acierto, que estamos como él, parados ante un micrófono o sentados ante un teclado, para dar lo mejor de nosotros. Después de todo, como decía André Maurois, “El papel es corto, y el público mortal como vosotros mismos”, y lo principal es tratar de hacer las cosas lo mejor posible. Que es lo que hace Marcelo Baldonedo, un apasionado del fútbol y de la música que jamás olvida aquellos años de la infancia, cuando había millones de potreros, cuando iba con su viejo a ver a Racing o a Dock Sud, cuando la vida podía resumirse en correr tras una pelota de trapo, la cara al sol, el pelo al viento y los sueños, alterando el latido de los corazones.
  • Por Carlos Irusta / Foto: Emiliano Lasalvia